Escritos de otros

Silencio

Ella calló, como lo había hecho siempre. Pudo resistirse unos minutos; por fin habló. Le salieron entonces aquellas palabras mudas, esas mismas frases prestadas que se había repetido hasta creérselas. Solo ella, claro, nadie más lo tendría en cuenta.

Lo dijo, y sin pelos en la lengua. No titubeó. Empezó a hablar  serenamente de la soledad, las ausencias, los tarros, los hijos (de otro vientre) y de esa costumbre maldita de saciar sus apetitos fuera de aquella cama. ¿Por qué? Nunca había hallado la respuesta. Se consoló al pensar que no era un problema solo de ella: hay explicaciones –obvias- que uno se resiste a comprender.

Hizo una pausa y como quien delira dijo otras cosas, muchas, que no hubiera querido desprender. No se arrepintió. Únicamente cuando se sintió las manos heladas; el sudor solapado por el espinazo; las sábanas frías y ese rostro enjuto en el espejo, pudo tomarle el peso a sus palabras.

Se dio cuenta. Estaba hablando a solas, soñando en voz alta. Y solo entonces hizo silencio.

 

Ausencia

 Se sentó en el muelle como nunca lo había hecho: a su lado, dos vasos desechables y uno solo con vino; un espacio de por medio, ocupado por la cartera con varios papeles anónimos; una guitarra, un libro y una botella vacía.

Suspiró con el salitre pegado en el rostro, como si solo eso bastara para que aquel inmenso plato azul fuera enteramente suyo. Esperó tres, cuatro horas o tal vez toda la tarde, por el simple placer de pasar el tiempo, en otro sitio, pero con la misma soledad. Esperó aun sabiendo que nadie iba a tomarse el vino ni a tocar para ella la guitarra ni a leer aquel libro amargo de hojas amarillentas.

Y miró a su alrededor para que nadie la viera parada al borde del suicidio sobre aquel muro carcomido. Lo había pensado desde antes: se inclinó, se cortó el moño a ras de la nuca, botó los anillos usados desde el último 14 de febrero y sin más ceremonia la lanzó al mar.

La vio sumergirse y flotar y partir. La dejó ir sin más documento que un pedazo de trenza y un papel sin nombre. Era su última declaración de fe. A lo mejor, en otras aguas, alguien reconocería aquella botella errante.

Respuestas

  1. QUE SENSIBLE DEJA MIS LATIDOS ESA AUSENCIA CUANTO DOLOR RECORTADO

    • Gracias, Ana Luisa, por compartir esta Ausencia. la soledad siempre suele doler.


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